La educación primaria
Al promediar el siglo XIX, Concordia tenía dos escuelas para párvulos, una de varones y otra de niñas, en las que se impartía enseñanza primaria elemental. En la década del ‘70 de dicho siglo, la enseñanza primaria, en virtud de la creación de las tres escuelas municipales —Mariano Moreno, Bernardino Rivadavia y Manuel Belgrano— y la Escuela Provincial Graduada Superior Mixta en 1879 —cuya designación de Superior era indicativa de que se impartiría en ella el ciclo primario completo— acusa un notable progreso, posiblemente el más notorio de la centuria. El 29 de octubre de 1898 fue puesta la piedra fundamental del edificio que habría de construirse de inmediato y que en 1910 fuera transferido a la Nación para la Escuela Normal. En tan fausta ocasión, rubricaron el acta fundacional —pergamino que muy bien conservado se encuentra en la Escuela Normal— el gobernador D. Salvador Maciá, el intendente D. David O’Connor, y un centenar de firmas de personalidades locales y de la provincia. No terminó el siglo sin que Concordia recibiera el aporte de la enseñanza privada a través de la Escuela San José de las Hermanas Adoratrices y el de Nuestra Señora de los Ángeles de los Padres Capuchinos.
Las dos primeras décadas del siglo XX fueron de proficuos relieves para la educación en nuestra ciudad. Merced a la Ley Lainez, la Nación concurrió en apoyo en aquellas provincias en que fuera menester, fundando aquí las escuelas Nacional Nº 3 (hoy 53), la Nacional Nº 24 (hoy 55), la Nacional Nº 12 (hoy 54), y la Nacional Nº 39 (hoy 57), todas en 1906, aunque la Nº 24 comenzó a funcionar en 1917.
Por su parte, la Provincia estableció en 1908 la Nº 1 Vélez Sarsfield y la Nº 2 Almafuerte; en 1911, las Nº 9 Juan María Gutiérrez y Nº 10 Benito Garat; y en 1919, la Nº 11 Basavilbaso. En 1922 se trasladó de Carpinchorí a Concordia la Nº 17 Diógenes de Urquiza, y se crearon, ya en nuestra época, la Nº 14 Coronel Navarro (1964) y la muy necesaria de Enseñanza Diferenciada en 1961.
La acción privada se sumó a estos ponderables esfuerzos. Las señoritas de Esteva crearon en 1901 la escuela que hoy dirigen las Madres Escolapias, que recibía nutrido grupo de alumnos y a la que supieron prestigiar en nuestro medio. Recuerdo también la escuela de las señoritas de Clérici, en calles Santiago del Estero (hoy Estrada) y La Rioja, y la de las señoritas de Hernández, en calle 3 de Febrero, donde posteriormente se levantó la residencia del director de la Escuela de Comercio, casi sobre calle Pellegrini.
Dos apuntes más para este capítulo: no podemos olvidar los aportes de las congregaciones religiosas, que tienen escuelas con nutrido alumnado; como tampoco la enseñanza que se imparte en el Regimiento 6 de guarnición en nuestra ciudad, dirigida a soldados analfabetos y semi analfabetos que, por distintas causas, no concurrieron a la escuela siendo niños.
Deserción escolar
Es de notar que las escuelas céntricas no tienen prácticamente alumnos desertores. La deserción comienza en las escuelas periféricas y, así y todo, no es alarmante en nuestro medio. El alimento que se proporciona en las escuelas y el certificado de escolaridad que permite a los padres obtener mejores subsidios familiares en sus empleos, son medidas que atenúan la deserción escolar. Soslayando el tema, lo apuntado nos dice que la deserción es una resultante del drama socio-económico que padece nuestro pueblo y que la causa hay que buscarla y combatirla ahí y no perder tiempo buscando otras raíces que indirectamente incriminan al Maestro, humilde forjador de cerebros de exportación.
La enseñanza secundaria
En las postrimerías del siglo XIX, alrededor de 1890 —según lo ha dado a conocer el inquieto buceador de las cosas nuestras, don Estanislao J. Mouliá— aparecieron los primeros institutos de nivel secundario, el Sarmiento y el Politécnico, en los que desarrollaron su acción dos profesores egresados de la Escuela Normal de Paraná: Francisco Podestá y Avelino Herrera. De cualquier manera, la vida de estos institutos fue efímera y duró mientras sus ilustres propulsores las alentaron. Recién el 16 de junio de 1903, la Nación funda la Escuela Nacional de Comercio, hoy «Gerardo Victorín» en recordación de quien fuera su prestigioso director.
Siete años después, en homenaje al centenario de la Revolución de Mayo, se crea la Escuela Normal Mixta que, a poco de funcionar, estabilizó su cuadro directivo con don Felipe Gardell como director (fundador), Justa Gayoso como vice directora, y don Prudencio G. Migoni como regente del Curso de Aplicación. Merced a este trípode sustentador de la acción educativa de la Escuela Normal, y la magnífica dirección de don Gerardo Victorín en la Escuela de Comercio, Concordia contaba en 1920 con dos establecimientos secundarios que figuraban entre los de mayor prestigio en sus respectivas modalidades en el país. Con motivo de las Bodas de Oro de la Escuela Normal en 1960, concurrió a los actos celebratorios una maestra graduada en la escuela y me exhibió una carta recibida por su padre de la Inspección General de Enseñanza Secundaria, en la que a su solicitud le informaban que, a los efectos de educar a su hija, en Concordia funcionaba una de las mejores escuelas Normales del país (1926).
En 1929 el gobierno de Hipólito Yrigoyen crea en nuestra ciudad la Escuela Industrial de la Nación y designa como director al Dr. Cervantes Beltrán Cabrera. Un año después se crean tres escuelas para adultos, dependientes del Consejo Nacional de Educación, que incluyo en este capítulo porque en ellas se dictaban clases de dactilografía, inglés, estenografía y contabilidad, entre otras destinadas a semi analfabetos, y algunas tan extrañas como «Flores y frutos». Me fue ofrecida y acepté la Dirección de la de varones, que funcionó en la Escuela del Puerto. El profesor Fortunato Montrul fue nombrado en la que funcionó en la de la plaza España, aunque se retiró a poco de instalarse, sucediéndole don Aquiles T. Gimenez. La tercera, de mujeres —que funcionó en la Escuela Normal— tuvo por directora a la prestigiosa María Luisa González Barlett. Lamentablemente, después de la revolución del 6 de septiembre de 1930, el gobierno las cerró.
También de 1930 data el Instituto «Banfield», antecedente directo del Colegio Nacional. Para ese entonces, en toda la provincia existían sólo tres colegios nacionales: el histórico «J. J. de Urquiza» de Concepción del Uruguay, el de Paraná y el de Gualeguaychú. No existía en toda la Mesopotamia ningún instituto privado incorporado a la enseñanza secundaria. Con el profesor Rafael Dikenstein nos propusimos instalar en Concordia un instituto incorporado en el que se impartieran los estudios del bachillerato. El Litoral del 22 de enero de 1930, titulaba un artículo: «A propósito de una buena iniciativa: la base de un Colegio Nacional en Concordia», refiriéndose a nuestra tarea organizativa y de divulgación. Seis días más tarde, en otra nota, señalaba: «El éxito de una iniciativa particular: será inaugurado este año el primer curso del futuro Colegio Nacional de Concordia», y comenzaba el artículo señalando que «los profesores Sergio R. Gómez y Rafael Dikenstein, de cuya iniciativa en el orden educacional hemos dado cuenta, han comenzado a inscribir los primeros alumnos...»
El 1º de febrero, el mismo diario titulaba: «El Colegio Nacional en Concordia» y daba cuenta de la llegada a nuestra ciudad del profesor Juan Vallejos Rivera, director propietario del Instituto Banfield, incorporado al Colegio Nacional B. Mitre de la Capital Federal, que se proponía trasladarlo de Lomas de Zamora, donde funcionaba, a Concordia. Con él llegamos a un acuerdo y terminamos por adquirirle los derechos de incorporación y el material didáctico. El profesor Vallejos nos acompañó en el instituto hasta 1931 y luego terminó por transferirnos todos sus derechos.
He querido aclarar el nombre de nuestro Instituto «Banfield», sin connotaciones de ninguna índole con nuestro medio, por lo menos hasta 1930.
Dos años más tarde, le evidencia del arraigo notable que detentó en nuestro medio, sirvió de estímulo para que los Padres Capuchinos iniciaran cursos secundarios incorporados al Colegio «J.J. de Urquiza» de Concepción del Uruguay, y así nació el Colegio Secundario de Nuestra Señora de los Ángeles.
Los exámenes se rendían ante un tribunal de tres profesores: dos del colegio oficial y el titular de la cátedra del incorporado. En 1935, cuando se suprimió la eximición de exámenes por calificaciones distinguidas en los bimestres en toda la enseñanza secundaria, el «Banfield» obtuvo el 98 por ciento de aprobados en los exámenes finales de diciembre, siendo el segundo en orden de méritos entre todos los colegios oficiales y privados del país.
Estos dos institutos cesaron sus actividades al fundarse el Colegio Nacional «Alejandro Carbó», que se nutrió con el caudal de ambos establecimientos. Su primer rector fue el profesor Enrique Almuni, hasta entonces secretario de la Escuela Normal.
En 1937, el Colegio San José inicia actividades secundarias, incorporando sus cursos a la Escuela Normal de Concordia. Más tarde lo imitan las Madres Escolapias al frente de la Escuela Mitre.
El Colegio Nuestra Señora de los Ángeles crea el Bachillerato Comercial y al abolirse las escuelas normales, durante el gobierno del general Onganía, la Normal de Concordia y las privadas Mitre y San José pasan a ser colegios secundarios de simple enseñanza media, convirtiéndose así la casi totalidad de la enseñanza media del país en una monstruosa antesala de la Universidad.
Más recientemente se han creado bachilleratos altamente modalizados: el bachillerato en Artes Visuales y el Agrotécnico, ambos provinciales, así como el privado Bachillerato Humanista del Obispado de Concordia.
Enseñanza superior y universitaria
De este nivel, el primer antecedente lo constituyó el Curso de Contadores que, de 1928 a 1931 funcionó en la Escuela de Comercio, lo que la transformó en Superior durante ese lapso.
Posteriormente, merced a constantes gestiones de grupos de acción comunitaria, se logró que la Universidad del Litoral fundara una Escuela de Contadores, luego de Ciencias de la Administración. Cuando fueron coronados los esfuerzos de CEPUER (Comisión Estudiantil Pro Universidad de Entre Ríos), con la fundación de la UNER, la facultad fue transferida a esta Universidad.
Agreguemos la Facultad de Ciencias de la Alimentación, a la que considero muy importante por estar enclavada en una provincia con abundante producción de materia prima alimenticia. Por su parte, monseñor Ricardo Rosch, primer obispo de Concordia, fue gestor de brillantes iniciativas, que supo concretar con ese dinamismo que lo caracterizó en vida: el Instituto de Profesorado Concordia, de preparación de profesores de enseñanza media; el Bachillerato Humanista; el Seminario del Obispado, que apuntan un hecho cultural de relevancia en nuestro medio.
En 1971, la Escuela Normal anexó los cursos de Profesores para la Enseñanza Primaria, pasando así a ser Escuela Superior. Por último, la Escuela de Artes Visuales ha creado el Profesorado de Artes Plásticas, convirtiéndose así en un instituto de nivel superior.
La enseñanza técnica y artesanal
Las escuelas nacionales de Educación Técnica Nº 1 «Pascual Echagüe» y Nº 2 «Independencia», así como el Centro de Formación Profesional Nº 1 de Concordia, son los exponentes señeros de esta rama de la enseñanza. Pero hay escuelas artesanales dirigidas por entidades pías que suman su ponderable aporte.
La Escuela de Policía
Desde 1974 funciona la Escuela Profesional de Agentes de Policía «Coronel P. Melitón González», cuyos egresados lo hacen como agentes de policía. Para ingresar se requieren estudios completos de enseñanza primaria.
Otros aportes
El profesor Luis Grandin dirigía el Instituto «Jean D’Arc», que preparaba el ingreso a la Escuela Militar y Naval e impartía los programas secundarios en general y los de equivalencias del Normal o Comercio al Bachillerato. Más recientemente, antes de asumir el Rectorado del Colegio Nacional, el profesor Rafael Dikenstein y su grupo familiar trabajaban en idéntica tarea. Ambos profesores tuvieron muchas satisfacciones en esta labor.
El Instituto Barbayani, que dirigía don Constantino Barbayani, se especializaba en enseñanza comercial: contabilidad, dactilografía, estenografía, etc. Así también la Academia «Arbo» de dactilografía, y la que dirigen actualmente las señoritas Friedrich.
Las colectividades extranjeras han apoyado instituciones de la lengua vernácula. Así la Alianza Francesa, la Cultural Inglesa, la Dante Alighieri, han concurrido con un valioso aporte cultural al medio social.
Los conservatorios musicales constituyeron una muy ponderable contribución a la cultura de Concordia. Estimo que el primer cuarto del siglo XX marcó el apogeo de los mismos, aunque algunos de ellos se incorporaron en la década del 20. En los albores de la última centuria no había familia que se preciara que no tuviera un piano e hijas e hijos que los supieran tocar. Por eso, en las horas del atardecer, el paseante se trasladaba sin dejar de escuchar un piano, ininterrumpidamente, en muchas cuadras.
Las escuelas de danza y los jardines de infantes han venido a llenar otra sentida necesidad en nuestro medio, y su proliferación tan exitosa evidencia esta afirmación.
La Escuela de Enfermeras de la Cruz Roja provee al medio de personal capacitado técnica, intelectual y moralmente.
El apoyo a los estratos sociales de menos recursos tuvo en la señora Ercilia Libarona de Siburo y señorita Ana Popelka, acompañadas de otras damas de acendrado espíritu humanitario, una concreción que Concordia aplaudió: la Casa de la Providencia.
Panorama educativo en 1932
Hace setenta años en Concordia existían escuelas primarias, tres colegios secundarios —Escuela de Comercio, Escuela Normal e Instituto «Banfield»— y una de Artes y Oficios de la Nación. Esto en el orden fiscal.
De las primarias fiscales, sólo la Vélez Sarsfield y el Departamento de Aplicación de la Normal tenían completos los cursos. Las demás escuelas eran elementales; de ahí la puja de parte del alumnado que terminaba éstas, por conseguir asiento para los grados superiores en la Normal y la Vélez Sarsfield. Y no sólo por los alumnos locales sino también los de los pueblos y villas en igualdad de condiciones, pues en ellos por lo general no existían escuelas superiores. Debido a esta presión, en 1920 en el Departamento de Aplicación se desdobló quinto grado, creándose una segunda división, de la que fue maestra Luisa Llambías de Volpe.
En la Escuela de Comercio, el prestigio de don Gerardo Victorín logró que se convalidara lo que se llamó Curso Preparatorio. En un año se impartía a los alumnos con 4º grado aprobado, una enseñanza centrada en las llamadas materias fundamentales: Matemáticas, Castellano, Historia y Geografía. La aprobación del curso reportaba un certificado de validez completa de primaria, que le permitía el ingreso a primer año de secundaria. Luego se admitió el examen libre del Curso Preparatorio. Muchos alumnos bien dotados, en dos meses —enero y febrero— preparaban los programas y rendían con éxito en marzo, ingresando así a primer año.
La Escuela de Comercio también tuvo un Curso Nocturno llamado «vocacional». Aunque la enseñanza era en general de nivel primario, sus profesores eran rentados según se hacía en el secundario. Estos cursos se transformaron en un curso orgánico de seis años en que se imparten las asignaturas del ciclo completo de los cinco años de la diurna.
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