domingo, 26 de junio de 2011

Frankenstein Educador

Un maravilloso libro, imprescindible, del pedagogo Philippe Meirieu para cualquiera que se quiera dedicar al mundo de la educación o disciplinas afines. Les dejo un fragmento sobre las condiciones para una “revolución copernicana” de la educación. En muchas ocasiones, mete el dedo en la llaga…

La verdadera revolución copernicana en pedagogía consiste en volver la espalda resueltamente al proyecto del doctor Frankenstein y la “educación como fabricación”. Pero con ello, no hay que subordinar toda la actividad educativa a los caprichos de un niño-rey. La educación, en realidad, ha de centrarse en la relación del sujeto y el mundo humano que lo acoge. Su función es permitirle construirse a sí mismo como “sujeto en el mundo”: heredero de una historia en la que sepa què està en juego, capaz de comprender el presentey de inventar el futuro (p. 70).

1.- “Nos ha nacido un niño”, o por qué la paternidad no es una causalidad (p. 72). La primera exigencia de la revolución copernicana en pedagogía consiste en renunciar a convertir la relación de filiación en una relación de causalidad o de posesión. No se trata de fabricar un ser que satisfaga nuestro gusto por el poder o nuestro narcisismo, sino de acoger a aquél que llega como un sujeto que está inscrito en una historia pero, que al mismo tiempo, representa la promesa de una superación radical de esta historia.

2.-“Un ser se nos resiste”, o de la necesidad de distinguir entre la fabricación de un objecto y la formación de una persona. (75). La segunda exigencia de la revolución copernicana en pedagogía consiste en reconocer a aquél que llega como una persona que no puedo moldear a mi gusto. Es inevitable y saludable que alguien se resista a aquél que le quiere “fabricar”. Es ineluctable que la obstinación del educador en someterle a su poder suscite fenómenos de rechazo que sólo pueden llevar a la exclusión o al enfrentamiento. Educar es negarse a entrar en esa lógica.

3.- “Toda enseñanza es una quimera”, o cómo escapar a la ilusión mágica de la transmisión. (p. 77). La tercera exigencia de la revolución copernicana en pedagogía consiste en aceptar que la transmisión de saberes y conocimientos no se realiza nunca de modo mecánico y no puede concebirse en forma de una duplicación de idénticos como la que va implícita en muchas formas de enseñanza. Supone una reconstrucción, por parte del sujeto, de saberes y conocimientos que h de inscribir en su proyecto y de los que ha de percibir en qué contribuyen a su desarrollo.

4.- “Sólo el sujeto puede decidir aprender” o la admisión del no-poder del educador. (p. 80). La cuarta exigencia de la revolución copernicana en pedagogía consiste en constatar, sin amargura ni quejas, que nadie puede ponerse en lugar de otro y que todo aprendizaje supone una decisión personal irreductible del que aprende. Esa decisión es, precisamente, aquello por lo cual alguien supera lo que le viene dado y subvierte todas las previsiones y definiciones en las que el entorno y él mismo tienen a menudo tendencia a encerrarle.

5.- De una “pedagogía de las causas” a una pedagogía de las condiciones. (p. 85). La quinta exigencia de la revolución copernicana en pedagogía consiste en no confundir el no-poder del educador en lo que hace a la decisión de aprender y el poder que sí tiene sobre las condiciones que posibilitan esa decisión. Si bien la pedagogía no podrá jamás desencadenar mecánicamente un aprendizaje, es cosa suya crear “espacios de seguridad” en los que el sujeto pueda atreverse a “hacer algo que no sabe para aprender a hacerlo”. Es cosa suya, también, el inscribir proposiciones de aprendizaje en problemas vivos que les den sentido.

6.- Hacia la conquista de “la autonomía”. (p. 90). La sexta exigencia de la revolución copernicana en pedagogía consiste en inscribir en el seno de toda actividad educativa (y no, como ocurre a menudo, cuando llega a su término) la cuestión de la autonomía del sujeto. La autonomía se adquiere en el curso de toda la educación, cada vez que una persona se apropia de un saber, lo hace suyo, lo reutiliza por su cuenta, y lo reinvnerte en otra parte. Esa operación de apropiación y de reutilización no es un “suplemento del alma”, un añadido a una enseñanza que se haría, por lo demás, de modo tradicionalmente transmisivo, sino que es aquello que debe presidir la organización misma de toda empresa educativa. Es, hablando en propiedad„ aquello por lo cual una transacción humana es educativa: “hacer comer” y “hacer salir”, “alimentar al otro que, de ese modo, se le ofrecen medios para que se desarrolle” y “acompañar al otro hacia aquello que nos suepra y, también, le supera”.

7.- Sobre el sujeto en educación, o por qué la pedagogía es castigada siempre, en el seno de las ciencias humanas, por atreverse a afirmar el carácter no científico de la obra educativa. (p. 93). La séptima exigencia de la revolución copernicana en pedagogía consiste en asumir “la insostenible ligereza de la pedagogía”. Dado que en ella el hombre admite su no poder sobre el otro, dado que todo encuentro educativo es irreductiblemente singular, dado que el pedagogo no actúa más que sobre las condiciones que permiten a aquél al que educa actuar por sí mismo, no puede (a menos de entrar en contradicción con aquello en que se basa su acción) construir un sistema que le permita circunscribir su actividad dentro de un campo teórico de certidumbres científicas. Hay más: la noción misma de “doctrina pedagógica” no puede ser sino una aproximación consciente a su fragilidad y al carácter precario de sus afirmaciones.


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