viernes, 1 de marzo de 2013

“El desafío es retener a los chicos en la escuela”

Alberto Sileoni asegura que la repitencia influye directamente en la deserción. Las estrategias para asegurar igualdad de oportunidades. Las deudas de la escuela pública.


Febrero asomó con la presentación en sociedad, a cargo de la presidenta Cristina Fernández, de un plan educativo de alcance federal cuyas metas son alcanzar los 190 días de clase, universalizar la sala de 4 años, ampliar las escuelas primarias de jornada extendida y construir 600 escuelas y 700 jardines maternales. Pero, aunque el mes comenzó con una buena nueva, está terminando con los gremios docentes otra vez en conflicto por la discusión paritaria y, en consecuencia, con el inminente inicio de clases puesto en duda. Veintitrés dialogó con el ministro de Educación, Alberto Sileoni, de estos temas y de los desafíos que afronta la cartera que conduce desde 2009. Entre ellos, la importancia de retener a los chicos más pobres en la escuela. De visible buen humor y dispuesto a precisar detalles del flamante Plan Quinquenal de Educación Obligatoria y Formación Docente, el titular de una de las áreas de gobierno con más impacto en la vida cotidiana de los argentinos reconoció que los principales problemas que afronta hoy el nivel secundario son la repitencia y la deserción.

–¿Por qué es importante que los chicos de 4 años vayan a la escuela?

–Es imprescindible que vayan a la escuela lo más temprano posible porque los chicos de los sectores bajos con posibilidades, medios y altos, vamos a llamarlos no pobres, llegan a primer grado con tres o cuatro años de escolaridad en sus espaldas porque fueron a las salas de 2, 3, 4 y 5. Es decir, llegan a primer grado con cuatro años de escolaridad atrás. En cambio, los pibes pobres llegan con un año de escolaridad, porque la sala de cinco es obligatoria. Y una de las conclusiones a las que arribamos es que en la Argentina la repitencia en primer grado duplica la repitencia que hay en la escuela primaria.

–¿Quiénes son los que repiten? 

–No repiten todos los pibes. Ahí se produce, una vez más, una suerte de consecuencia de clase. En proporción más alta y bien diferenciada, repiten los chicos y chicas que pertenecen a los sectores carecientes que tienen menos escuela atrás, que tienen menos posibilidades. Entonces ahí, en esa premura que pueda tener el Estado de tomar la mayor cantidad de niños pequeños posible, hacemos una medida de justicia social como pocas porque tiene consecuencias evidentes y claras. Cuantos más años de escolaridad se acumulan en esos primeros años, mayores posibilidades de que ese pibe tenga una trayectoria escolar más sólida, con menos traspiés.

–¿Puede influir la escolaridad temprana en que haya menos repitencia en primer grado?

–Absolutamente, y donde hay más repitencia es en las escuelas de los sectores más carecientes. Nosotros, por unanimidad, decidimos el año pasado tomar el primero y segundo grado como un bloque pedagógico para desalentar la repitencia, para que los maestros no tengan esa costumbre de hacer repetir a los más chicos. Por supuesto un sector de la sociedad y de la prensa lo catalogó de facilista. No es facilista, es una medida mucho más justa porque hay evidencia científica que nos permite pensar que se aprende a leer y a escribir en los dos primeros años de escolaridad, porque muchos chicos pueden haber cursado los primeros meses teniendo 5 años. Cuando se da esa chance y hay una intervención asistida de la escuela, seguro que lo que no pudo hacer de marzo a noviembre lo logra en los primeros meses de segundo grado y llega a final de ese año nivelado con el resto.

–¿Esas críticas se sustentan en criterios pedagógicos?

–Son críticas de una escuela demagógica y facilista. Algunos añoran un pasado dorado que no ocurrió. Algunos piensan que aquella escuela del pasado era mejor y aquella escuela era una escuela que tenía menos chicos adentro. Los más pobres no llegaban al secundario. También estamos acompañando a las provincias que están haciendo esfuerzos para que en el secundario haya menos repitencia.

–¿En qué consisten esos esfuerzos?

–En algunos ciclos del secundario estamos trabajando para reducir la cantidad de materias. Un alumno puede tener 14 materias, puede haber dado 9 o 10, pero le quedan 4 mal y repite. Es una carga demasiado exagerada. La provincia de Buenos Aires tomó la iniciativa de darles a los que deben tres materias una oportunidad más. Así han podido seguir escolarizados miles de chicos. Esa no es una medida demagógica, es racional. No para tomar medidas fáciles, sino porque hay que darles la posibilidad a los chicos de que no pierdan la escolaridad.

–¿La repitencia influye en la decisión de dejar la escuela?

–Un chico que pierde la escolaridad entra en un estado que técnicamente se llama sobreedad. Está en un grado o año que no le corresponde, es más grande, empieza a sentirse extranjero y abandona. La secuencia es repitencia, sobreedad y abandono. Y nosotros necesitamos hacer un esfuerzo para que los chicos no se vayan de la escuela. Por supuesto no en el límite del facilismo. Ahí hay una discusión profunda que damos con los docentes, una escuela que expulsa o que tiene más repetidores no es mejor escuela.  No, hay escuelas muy valientes que trabajan con repetidores, que aceptan chicos que no los aceptan en ningún lado. La escuela tiene que ser generosa, aceptarlos, trabajar con ellos. Tiene que entender que esos pibes no tienen mejor lugar para estar que la escuela.

–La propuesta es darles una segunda oportunidad porque es mejor retenerlos a que repitan y se vayan.

–Absolutamente, el destino de los pibes es adentro de la escuela porque si se van pueden tener, en esta Argentina de hoy, un trabajo o quedarse en una esquina y engrosar esos pibes sin expectativas. Hay que hacer un trabajo pedagógico, lo digo sin soberbia, para que la sociedad entienda que es mejor que la escuela haga un esfuerzo por retenerlos. A veces la sociedad tiene una idea de alumno que ya no existe, un alumno de clase media que tenía sólo la obligación de ir a la escuela, como fueron ustedes o como fui yo. Ahora estamos incorporando en las escuelas cada vez más pibes que son la primera generación de estudiantes secundarios, pibes que son pobres, o alumnas que están embarazadas o son mamás, o alumnos que no tienen un mandato muy fuerte para ir a la escuela, que puede tener problemas con la asistencia porque tienen que trabajar. Entonces necesitamos una escuela que, sin perder la exigencia, pueda entender esta otra realidad.

–Según su descripción, la escuela está siendo analizada desde la óptica de la clase media y media alta que no entiende esa problemática.

–A veces hay analistas o personas bien intencionadas con nostalgia de una escuela secundaria que tenía una función selectiva, no voy a decir elitista porque en algún sentido es una descalificación, pero era así. La escuela secundaria antes no era para todos, era para unos pocos. Esto a principios de siglo pasado y con más democratización a partir de la década del ’60, pero no era para todos. Lo que era para todos era la primaria universal, que de paso digo prescribió que sea universal. La ley 1420 fue aprobada en 1884 y  la cumplimos  75 años después, en 1960. Esto para dar la idea de proceso, porque muchos dicen: bueno, la secundaria es obligatoria y todavía hay muchos chicos que están afuera. Es un proceso, probá con seguir invirtiendo el 6,40 del PBI, que los papás tengan trabajo, que se genere una conciencia de que la secundaria es obligatoria y vas a ver que en pocos años vas a tener más chicos en la secundaria y más egresados.

–¿Por qué le cuesta tanto a un sector de la sociedad comprender que la educación es un derecho al que todos deben tener acceso?

–Porque nunca carecieron de ella, porque son sectores que siempre han tenido la posibilidad de acceder a la educación, a la salud. Son sectores, trato de pensar bien, que quizá piensan que hay argentinos que deben tener un determinado horizonte y otros uno más pretencioso. O piensan, con egoísmo, que los que deben tener más educación son sus hijos y no los hijos de sectores carecientes.

–¿Eso se traduce en una falta de compromiso para defender la escuela pública?

–La escuela pública, del mismo modo que la sociedad, sufre algunos efectos de la segmentación. Antes era un escenario donde se socializaban los diferentes, los distintos, y hoy cada vez más es un espacio donde se socializan los parecidos. No voy a decir que la escuela pública quedó para los sectores carecientes, pero en algunas zonas, ciudad de Buenos Aires sobre todo, y para algunos sectores medios altos, en el secundario hay una tendencia a elegir la escuela privada.

–También está instalado en las capas medias que no se puede mandar a los chicos a la escuela pública, por ejemplo, porque los docentes hacen paro.

–Ahí tenemos que mejorar con respecto a esa posibilidad de que la escuela pública está más comprometida que la privada con los paros. Eso resulta en días perdidos y hay papás que necesitan que sus hijos vayan los cinco días a la escuela porque trabajan y no tienen con quien dejarlos. Esa continuidad de las clases en las escuelas privadas algunos la llaman calidad educativa. Y no es estrictamente calidad, sino una escuela más predecible.

–¿Y cómo se puede resolver?

–Lo estamos trabajando, porque no es solamente un problema salarial. A veces es un problema de condiciones edilicias. Hay que seguir trabajando y pensando cómo mejorar la escuela pública. Cuando distribuimos 54 millones de libros lo hacemos en las públicas, las netbooks son para el secundario público, tenemos planes de mejoras con recursos económicos para más de 9 mil secundarios, para que los profesores ayuden a los chicos en los turnos de exámenes. Ahí es necesario que el Estado esté atrás.

–¿Cómo se traduce esa presencia del Estado?

–Con ayuda económica y supervisión del ministerio y con otras medidas que estamos tratando de implementar en la secundaria. Estamos reduciendo las materias para que lleguen a 10 y no más, incorporando escuelas con orientación en arte y deportes que son muy apreciadas por los chicos. Pero hay algo que subyace en todo esto. Hay más dificultades de incorporación y retención de los chicos en la escuela, más repitencia, sobreedad y abandono en los pibes que pertenecen a las clases más bajas. Porque acá hay un fenómeno evidente y es que la pobreza es un obstáculo educativo. Esto ha mejorado mucho en la Argentina, con los 5 millones nuevos de puestos de trabajo, con la asignación por hijo, pero un pibe que viene de una familia más pobre es un chico que viene de un clima escolar bajo, de una casa donde no hay libros, donde no hay una mamá y un papá que le puedan dar una mano, y esto se refleja en el rendimiento.

–Sin embargo, peligra otra vez el inicio de clases y es el segundo año que el ministerio fija la paritaria unilateralmente.

–No es una fijación unilateral, porque hubo diálogo. Le hemos puesto mucha energía. Y quiero reconocer la disposición de los gremios con los que venimos trabajando desde enero. Ellos arrancaron con una oferta que consideramos muy alta, nosotros con un 17 por ciento que para ellos era muy bajo y de ahí fuimos escalando hasta el 22. O sea, el ministerio se ha movido de sus posturas originales. No hemos llegado a un acuerdo, pero no quiere decir que no haya clases, porque acá no hay solamente una discusión de porcentajes sino que lo que se discute es la naturaleza de la paritaria educativa nacional. Es sólo orientadora, fija un salario testigo mínimo que lo cobran alrededor del 8% de los docentes de la Argentina. Los salarios en la Argentina los construyen los 110 gremios jurisdiccionales con las 23 provincias y la ciudad de Buenos Aires.

–¿Cuál es entonces el rol del ministerio?

–Tenemos una triple obligación: escuchar las demandas de los gremios, ver nuestras propias posibilidades como Estado nacional, que invierte más de 5 mil millones de pesos en los docentes de la educación obligatoria, y evaluar las posibilidades de las provincias. Supongamos que nosotros hacemos un acuerdo más alto, suponiendo que pudiéramos, y después no puede ser pagado por las provincias. Cuando decimos esto vemos una cierta incomprensión de los gremios porque esta paritaria sólo tiene que fijar un piso y después el salario lo tienen que construir con cada una de las jurisdicciones. Yo tengo expectativas positivas de que el 25 empiecen las clases. El año pasado de hecho empezaron y vamos con objetivos cada vez más ambiciosos, ahora elevar a 190 los días de clase. 

–¿Por eso el Plan Quinquenal contempla la ampliación de la jornada escolar?

–Sí, contempla que cada vez haya más escuelas de jornada extendida en las escuelas primarias. El objetivo es duplicar la jornada extendida de acá a 2014. Hacen falta más aulas y más salario docente.

–¿Para qué sirve la jornada extendida?

–Para incorporar otras actividades que para los chicos sean atractivas, como artes y deportes, y para reforzar los contenidos que no están adquiridos. Siempre pensando en los sectores más carecientes, porque los no pobres tienen como una suerte de jornada completa privatizada.

–¿A qué se refiere?

–Vos mandás a tu hijo a media jornada y después lo mandás al club, a lengua extranjera, al profe particular, a taller de arte. Cuando digo privatizar, digo lo pagás con tu costo. El sector careciente del fondo de La Matanza va a la escuela de 8 a 12 y después el pibe no tiene alternativas. Siempre hay menos redes sociales, menos recursos, no hay club. Hay sectores que no tienen plan b, que si no están en la escuela, y esto no es una descalificación, tienen un destino que puede ser la esquina, que puede ser la tele. Se ve mucha tele en la Argentina.

–Bueno, eso no pasa solamente entre los más pobres.

–Es cierto. Nosotros también decimos que hay que apagar la tele un par de horas por días y ahí hay una cifra impactante. Un pibe que va, sin faltar, a jornada simple, a fin de año pasó frente al maestro 720 horas, y el promedio de tele es mil horas por año. Es un promedio alto, ¿no? Es mucho teniendo en cuenta que le estás sacando muchas horas a la escuela.

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