jueves, 29 de marzo de 2018

Día Nacional de la Memoria por la Verdad y la Justicia

Una realidad amenazada, una verdad construida sobre el miedo. Cómo era ejercer la profesión de periodista en aquellos años, y qué implicaba no decir.
El llamado Proceso de Reorganización Nacional, que se inscribe dentro de la historia con fecha insigne del 24 de marzo de 1976, tuvo en la prensa escrita (también en la oral y televisiva) aliados infranqueables de gran exposición, y detractores acérrimos con un perfil más cuidado, o directamente señalado desde la clandestinidad, incluso hasta la persecución de sus ideas, las cuales desencadenarían finales trágicos. Sin embargo circunscribir la visión a ese período, lleva a concluir que todos en mayor o menor medida conocían la realidad y sobre ella, decidieron optar por uno u otro lugar, incluso muchas veces desde la ambigüedad o la negación del genocidio que luego se desencadenaría. 
Pero pensar esta dicotomía entre buenos y malos, o incluso inscribirla dentro de la teoría de los dos demonios, sería dejar de lado otras experiencias, menos identificables, o de mayor complejidad, por ello debemos señalar también aquella línea que atraviesa esta gestación del golpe, y donde existió colaboración y acompañamiento de distintos sectores de la sociedad civil. 
Por esto debemos preguntarnos, qué influencia (en términos de credibilidad) tenía la prensa por aquellos años, y cómo –si lo hizo- prefiguró un escenario de sostenimiento de ese régimen. Ya fuere por la aprobación o no de sus accionar. 
Aquel comunicado núm. 19, a través del cual la Junta Militar establecía penas de diez años de reclusión, tal vez fue la antesala de lo que se diría a través de las páginas de los medios escritos de la época: “al que por cualquier medio difundiere, divulgare o propagare noticias, comunicados o imágenes con el propósito de perturbar, perjudicar o desprestigiar la actividad de las Fuerzas Armadas, de seguridad o policiales”. 
A ese primer comunicado se sumaron documentos provenientes de la Secretaría de Prensa y Difusión sobre los valores cristianos, combates contra el vicio y la irresponsabilidad, defensa de la familia y el honor, eliminación de términos procaces tanto como de opiniones de personas no calificadas. 
Nombres como los de Joaquín Morales Solá, Samuel Gelblung, Magdalena Ruiz Guiñazú, Bernardo Neustadt, Mariano Grondona, José María Muñoz, Ramón Andino, Mónica Cahen D’Anvers, José Gómez Fuentes, Jorge Fontevecchia, están signados por una simpatía a los dictadores, que tuvo- y en algunos casos tiene- mayor o menor pregnancia en la opinión pública. 
No podemos hablar aquí tampoco de medios neutrales, ya que las posiciones adoptadas a lo largo de aquellos años, iban de las más condescendientes, a la censura (en ocasiones autocensura), o incluso algunos espacios que se estimaban para un público infantil y desprejuiciado, mantenían una profunda cuota de adhesión al régimen. Este es el caso de la revista Billiken. 
Paula Guitelman, graduada en Comunicación, docente e investigadora, se ocupó de revisar los ejemplares correspondientes al período 76-83, encontrándose con un reino entre fantástico y espeluznante, que con cándido fervor cientificista se ocupó de escribir la vida cotidiana dictatorial, purgada de su lado oscuro, y satisfaciendo la pulsión de orden que desvelaba al gobierno militar. “Las revistas para adultos de la editorial (Atlántida) mostraban una posición totalmente funcional a la dictadura; a mí me interesaba saber qué pasaba con la revista infantil, si aparecía o no en Billiken alguna alusión al golpe militar. Lo primero que me sorprendió fue la omisión total de la dictadura”, señaló la autora hacia 2006 al medio Página 12. 
Sin embargo como señala Eduardo Blaustein, periodista y escritor coautor junto a Martín Zubieta del libro “Decíamos ayer, la prensa argentina bajo el Proceso”, es marcada la falta de autocrítica incluso hoy, de este actor social tan importante, “No lo hacen porque algunos creen que obraron bien, y otros por estrategia de marketing que le dirá que no es el momento oportuno”, reconoce el primero. 
La aparición de libro significó para Blaustein no trabajar más en los medios. Reconoce que era conciente del riesgo “pero era como cubrir una fiesta negra”. 
En palabras del escritor Osvaldo Bayer, quien fuera secretario general de la Asociación de Periodistas de Buenos Aires (APBA) en marzo de 1976, constató una vez más esa realidad, cuando en el salón de los pasos perdidos del Congreso de la Nación, “hicimos un homenaje a los periodistas desaparecidos -evocó-. Ochenta y cuatro. Jamás ninguna empresa periodística hizo un homenaje a esos hombres de sus redacciones...”. 
En junio de 1981, el periodista Enrique Vázquez, en la revista Humor, uno de los pocos medios que tuvieron la valentía de preservar cierta actitud crítica con la dictadura, escribió: “Los periodistas somos culpables porque en su momento nos faltaron agallas... No dijimos ni una sola palabra de la Argentina secreta... Nunca pensamos que nuestro silencio nos transformaría en cómplices de lo que pasó y de lo que pasa. Que Dios nos perdone y que el infierno tenga la calefacción rota. 


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